Un texto de máximo interés "serético"
EL MOMENTO, ES AHORA.
Como base de reflexión y punto de
partida de un planteamiento a seguir alimentando, “saludable y conscientemente”,
hacia un Futuro decidido por los más mayores, por los más Sabios.
El reto es rejuvenecer la economía con una población que peina canas.
Aunque parezca una
contradicción, la cohorte de edad situada entre los 55 y 70 años, que hoy las
empresas y la legislación han expulsado del mercado laboral y que supone la
nada despreciable cifra de 897 millones en el mundo, de los cuales 140 millones
en Europa, y casi 8 millones y medio en España, tiene en sus manos salvar la
economía.
«Saber envejecer constituye la obra
maestra de la sabiduría y es una de las partes más difíciles del arte de
vivir».
Henri-Frédéric Amiel.
Vivimos, siempre ha sido así, en un mundo donde los
seres humanos se encasillan según su nacionalidad, el color de su piel, sus
creencias religiosas, su ideología, el estatus social, su orientación sexual o
su edad. Aun cuando la igualdad y la interdicción de la discriminación sea una
general aspiración de la humanidad y su proclamación forme parte de los derechos
fundamentales consagrados en las modernas constituciones de los estados
democráticos desde que las constituciones liberales del siglo XVIII las
reconocieran por primera vez –así en el artículo 14 de la Constitución española
del 78, que declara justamente la igualdad de todos sin discriminación–; lo
cierto es que, social y psicológicamente, tendemos a encasillar a las personas
en un grupo o en otro, a etiquetarlas sin conocerlas y, una vez etiquetadas, a
mirar con recelo a todo aquel que, de manera predispuesta y aprendida,
consideramos diferente.
En La naturaleza del prejuicio (1954),
el psicólogo social norteamericano Gordon Willard Allport –quien estudió las causas que conducen a la
formación de prejuicios en contra de determinados grupos–, define el prejuicio
como «una actitud hostil o desconfiada hacia una persona que pertenece a un
grupo, simplemente debido a su pertenencia a dicho grupo».
Una de las etiquetas que utilizamos sin ni siquiera
darnos cuenta del sesgo discriminatorio que puede conllevar es la de viejo.
Concretamente en el mundo de las relaciones laborales
se amplía el ámbito subjetivo de la etiqueta, incluyendo dentro del mismo a
personas que, aun estando en plenitud de facultades, ni siquiera son tenidas en
cuenta a la hora de participar en procesos selectivos de personal.
Llevamos décadas en que la franja de edad útil para el mercado laboral se acorta, siendo
particularmente frustrante las posibilidades de acceso al
empleo tanto de los más jóvenes como de aquellos que han alcanzado los cuarenta
y tantos años. Por otra parte, muchas empresas prejubilan a sus
trabajadores en edades no ya provectas sino en plena madurez. La prejubilación
no es más que un despido indemnizado, muchas veces con la prohibición de
realizar otra actividad. En suma, la muerte laboral de muchas personas que
pasan a engrosar el cada vez más numeroso grupo de los inactivos.
«El trabajo es algo más que un medio de obtener los
recursos necesarios para poder vivir de manera autosuficiente»
Nada nuevo diremos
si hacemos mención al hecho, que empieza a alcanzar ciertos tintes dramáticos,
de que las sociedades del llamado primer mundo están experimentando un
proceso de progresivo envejecimiento –con tasas de natalidad
insuficientes para asegurar el reemplazo de una población que cada vez tiene
una esperanza de vida mayor–, sin que desde los centros de decisión política se
adopten los cambios necesarios para abordar el problema.
El problema no es
solo la falta de reemplazo de mano de obra y el peligro de que el sistema de
pensiones quiebre antes que después, es también el despreciar al
jubilado o prejubilado por considerarlo improductivo. En
las sociedades occidentales más aún las luteranas y calvinistas que las
católicas, el «ganarás el pan con el sudor de tu frente» ha sido una frase
grabada a fuego en nuestra conciencia colectiva. El trabajo es algo más que un
medio de obtener los recursos necesarios para poder vivir de manera
autosuficiente: el oficio de cada uno –probablemente el rol que mejor nos
defina en sociedad–, y lo realizado laboralmente en la vida quizá sea lo único
que nos haga merecedores de ser recordados cuando pase el tiempo.
Sin embargo, el
modelo económico imperante sigue desdeñando a las personas cuando llegan a
cierta edad. Si uno pierde su trabajo a partir de los cuarenta y cinco años le
es prácticamente imposible encontrar un empleo, y no digamos nada si ponemos
encima del candidato diez años más. Tengo entre mis amigos personas
octogenarias en activo –empresarios, periodistas, escritores–, y he de decir
que son para mí y para tantos, un ejemplo de luchadores invencibles, y que
conversar con ellos es un auténtico privilegio y una fuente de conocimiento.
En todas las culturas hasta tiempos recientes se
veneraba a los mayores. Los ancianos, aquellos que habían llegado a una edad
que pudiera tenérseles por tales, eran reconocidos y respetados, tanto en las
propias familias como en la sociedad.
Quizás la pandemia haya puesto ante nuestros ojos esa
realidad y quizás pudiera también ser el tiempo de un nuevo reconocimiento y
valoración de nuestros mayores, personas cuya prudencia y ejemplo se ha puesto
una vez más de manifiesto en estos difíciles tiempos.
La ONU, consciente de la cuestión, considera que el
cumplimiento de los ODS implica un compromiso con la promoción del
envejecimiento saludable ya que es un elemento esencial
si queremos garantizar que todas las personas tengan vidas dignas,
plenas, seguras y saludables.
«El modelo económico imperante
sigue desdeñando a las personas cuando llegan a cierta edad»
Además, los ODS promueven la adopción de políticas que
fortalezcan las capacidades de las personas mayores y fomenten su independencia
y autonomía.
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud
lidera y coordina la Década del Envejecimiento Saludable (2020-2030) para fomentar el
envejecimiento saludable en torno a todos los ODS, en colaboración con los
estados miembros y los distintos socios nacionales e internacionales.
La OMS define el envejecimiento saludable como el
proceso de desarrollo y mantenimiento de la capacidad funcional que permite el
bienestar en la vejez.
El envejecimiento saludable consiste, en definitiva,
en mantener la capacidad funcional que nos permite hacer las cosas que queremos
hacer y que valoramos. Esto significa
preservar nuestra capacidad física y mental a medida que envejecemos, así como
hacer cambios en nuestros entornos –vivienda, transporte o espacios públicos–
para que sean accesibles y apoyen a las personas mayores y sean compatibles con
–y favorecedoras de– sus diferentes necesidades y capacidades.
Algunos estudios psicológicos concluyen que la
prejubilación y la jubilación forzosa suponen cambios de carácter estresante
con influencias negativas en la salud física y mental para la mayoría de las
personas, y estudios de psicología social hacen hincapié en la incapacidad que
ha tenido hasta la fecha la sociedad para ofrecer un rol activo y
útil a los jubilados. Como escribiera Cicerón, casi medio siglo antes de
la era cristiana, en De senectute –obra
que, como afirmaba el historiador George Minois, por el lugar
que ocupa en la literatura, por la calidad de su estilo y su argumentación,
representa un hito esencial en la historia de los ancianos–, «la vejez no es
sinónimo de invalidez cuando se ha llevado una vida activa y noble».
Estructurada en un diálogo entre el venerable Catón el
Viejo y dos jóvenes, Escipión y su amigo Lelio, en el prólogo de la obra –que
Cicerón dedica a su amigo y editor Tito Pomponio Ático– escribe: «Deseo que tú
y yo mitiguemos este peso, común: la inminente llegada de la vejez. Con toda seguridad sé que tú, la vives con dignidad, y
eres capaz de afrontar todos los problemas que conlleva. Cuando pienso
en escribir sobre la vejez, siempre acudes a mi mente como la persona más
digna de este don, del que nos podamos servir cada uno de nosotros. La
preparación de este tratado ha sido para mí tal motivo de alegría que, no
sólo he ahuyentado todas las molestias propias de la edad, sino que he
intentado hacerla más suave y llevadera».
La vejez por sí misma no supone nada más que la
experiencia de haber vivido muchos años, que ya es bastante, pues todas las vidas –las más
ilustres, las más humildes, las más fáciles y las más laboriosas o
aparentemente injustas–, son una experiencia única de la cual se puede
aprender. Sin embargo, Cicerón quiere poner en valor las vidas realmente
virtuosas, y el ejemplo que aquellos que así la han vivido pueden dar, ya en la
senectud, a las generaciones más jóvenes.
«La vejez por sí misma no supone nada más que la
experiencia de haber vivido muchos años, que ya es bastante»
«Las armas defensivas de la vejez, Escipión y Lelio,
son las artes y la puesta en práctica de las virtudes cultivadas a lo largo la
vida. Cuando has vivido mucho tiempo, producen frutos maravillosos. La
conciencia de haber vivido honradamente y el recuerdo de las muchas acciones
buenas realizadas, resulta muy satisfactorio en el último momento de la vida»,
pone en boca de Catón.
Cicerón exalta la vejez, como un momento de
creatividad fructífera, si la disciplina por seguir aprendiendo y dando fruto
se impone «de manera tranquila, sosegada, plácida y soportable, como hemos oído
decir de Platón, quien murió a los 81 años, cuando escribía un libro. Isócrates
escribió a los 94 años el libro que tituló Panatenaicos y se sabe que vivió un
quinquenio más. Su maestro, Leontino Gorgias, cumplió 107 años y nunca cejó en
su estudio ni en su trabajo. Cuando le preguntaron por qué quería seguir
viviendo, él contestó: «No tengo nada que reprochar a
la vejez«».
Pero la vejez puede ser no solo fructífera en lo
referente a una labor intelectual –pensemos en escritores sexagenarios en
activo como Amin Maalouf, Margaret Atwood, Eduardo Mendoza, Vargas Llosa, Philip Roth, y tantos otros–, sino también, por qué no, en
los negocios. Como reflexionaba Cicerón, «nada prueban quienes afirman que la
vejez no se desenvuelve en los negocios. Es como decir que el timonel no hace
nada sujetando el timón, puesto que mientras él permanece sentado en popa, unos
se encaraman en los mástiles, otros corren de aquí para allá, otros queman los
desechos. Es verdad que no hace el trabajo que hacen los jóvenes, sin embargo,
el timonel hace cosas mejores y de más responsabilidad. Trabajo que no se
realiza con la fuerza, velocidad o con la agilidad de su cuerpo, sino con el
conocimiento, la competencia y autoridad. De ningún modo la vejez carece
de estas cualidades, por el contrario, estas aumentan con los años».
Un tanto optimista y sin querer ocultar las
limitaciones de la edad, Cicerón, hace un encendido panegírico de la edad
provecta. Sus argumentos son hoy más válidos que nunca. En una sociedad en la
que las personas mayores serán el grupo más numeroso de electores y en
consecuencia el que tenga capacidad de determinar los gobiernos del futuro,
será preciso contar con ellos, y no solo para ofrecerles
servicios específicos en materia de salud, ocio, bienestar, sino para
ofrecerles la oportunidad de sentirse útiles a la sociedad a
través de fórmulas imaginativas.
Si, como indican las estadísticas, la cohorte de
personas de edad avanzada irá progresivamente en aumento y los avances médicos
y la biotecnología determinarán sus cada vez mejores condiciones de salud, resulta
plausible pensar que, debidamente organizados, los
mayores pudieran alumbrar una nueva era en la que reivindicasen ocupar los
lugares más prominentes en los centros de decisión política y empresarial,
y en que los elegidos se rodeasen de coetáneos que pudieran seguir
desarrollando su demostrada capacidad.
Como
escribe Iñaki Ortega, coautor junto a Antonio Huertas del libro La
revolución de las canas (2018), «siguiendo la sentencia de Keynes, la
superación de una economía que envejece solo podrá hacerse jubilando esas ideas
tan caducas que nos alarman sobre la nueva demografía. Nuestro modelo económico
se ha hecho viejo, no porque haya aumentado la esperanza de vida, envejece
porque no prescindimos de viejos dogmas que nos impiden ver las oportunidades
de un nuevo mundo …
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